La Psicología es la ciencia que estudia al individuo, su comportamiento y sus vivencias. Como podemos comprobar, es un campo de estudio muy amplio y extenso, que requiere de una formación muy específica y especializada. Por ello, para ser un buen psicólogo, independientemente de la especialidad, se han de poseer una serie de características y habilidades fundamentales.
Según su Código Deontológico, este profesional ha de ser en todo momento respetuoso, responsable, honesto, sincero, prudente, competente y garantizar “solidez de la fundamentación objetiva y científica de sus intervenciones”. Pero, además de todas estas competencias, el buen psicólogo es algo más.
Empatía
Es importante que el psicólogo sepa ponerse en el lugar de los pacientes a los que trata. Ha de contar con los mecanismos y las estrategias mentales para comprender cuáles son sus miedos, sus necesidades y la particularidad de sus circunstancias. Solamente cuando alcance ese entendimiento, entenderá cómo abordar el caso y podrá ayudarle.
Pero la empatía es erróneamente considerada por muchos como una especie de misticismo. Los psicólogos han alcanzado tal alto grado de comprensión de la mente humana que son capaces de adaptar sus ideas a las del paciente.
De esta manera, entienden cualquier otra forma de pensar, aunque sea radicalmente distinta a la suya. Esto hace que sepa conceder la misma importancia a las ideas ajenas como a las propias.
Apertura mental
Ser un buen psicólogo supone estar libre de prejuicios, estereotipos, creencias e ideas preconcebidas. Se refiere a estar abierto a nuevas ideas, a lo diferente y a lo desconocido.
Esta cualidad, además de permitir vivir de manera más plena a cualquier persona, es esencial para estos profesionales. Nunca se sabe quién va a acudir a la consulta. Por tanto, siempre hay que estar abierto a conocer la esencia de la persona, su propia cultura, sus intereses e ideas.
Para poder adquirir este grado de tolerancia, es necesario que el psicólogo haya salido previamente de su zona de confort. Aquella en la que nos sentimos protegidos y amparados por lo conocido. Es conveniente cuestionar, descubrir, indagar y asimilar que lo que nos rodea puede servirnos como una verdadera fuente de inspiración.
Seguridad
Muy relacionada con la apertura mental, se encuentra la seguridad que tenga el psicólogo en sí mismo y en su capacitación como profesional. Si él no logra mostrar confianza en sus propias palabras, difícilmente se la va a poder transmitir al que pide su ayuda.
No significa que sea pedante, demasiado directo o diga las cosas sin ningún tipo de tacto. Se refiere a transmitir las pautas de actuación de manera clara, concisa, confiable. Por supuesto, titubear, decir ambigüedades, dar mensajes contradictorios o considerarse inferior al paciente, perjudican la relación terapéutica.
Introspección
Para lograr ese grado de apertura mental es necesario que el psicólogo realice previamente una labor muy importante de introspección. Esto implica que se observe así mismo, que se analice, que se entienda. Solo conociéndose alcanzará ese mejor conocimiento junto al manejo y control de sus estados mentales.
Accesibilidad
Esta cualidad se encuentra a medio camino entre la comodidad y la comprensión. Es conveniente que el paciente se sienta a gusto con el profesional, para así poder conversar y contarle su caso, sus problemas, sus intenciones o sus mayores secretos.
Por otro lado, se encuentra esa empatía que hemos considerado como una de las principales habilidades que hay que tener para ser un buen psicólogo. La convergencia entre ambas da como resultado la accesibilidad: esa facilidad y naturalidad de poder contar al profesional tus preocupaciones.
Capacidad analítica
Para poder actuar, es necesario que el profesional sepa interpretar lo que el paciente le cuenta. Dado que no puede cortar la fluidez de la conversación, su capacidad para seleccionar lo fundamental es básica. Quedarse con lo importante, con el hilo del que tirar.
Esta capacidad también le permite poder aplicar las técnicas de medición más apropiadas, garantizando con ello el éxito de la terapia. Asimismo, es crucial para diseñar un plan de intervención y valorar los resultados.
Buen comunicador
Es quizá uno de los mayores retos al que se enfrentan los psicólogos en la práctica diaria, especialmente, si aún no cuentan con años de bagaje. Saber cómo transportar todos los conocimientos teóricos a casos reales no siempre resulta sencillo.
Por tanto, es imprescindible dominar ciertas habilidades comunicativas y sociales para ser un buen psicólogo. Desarrollar este don y saber relacionarte e interactuar con la gente son cualidades fundamentales.
Por ejemplo, durante una sesión es bueno saber generar preguntas, así como detectar previamente cuál puede estar siendo el principal desencadenante de un trastorno o patología. Igualmente, debe tener capacidad para organizar el tiempo de la sesión, distribuyendo los minutos de forma eficaz.
Saber escuchar
Si consigue que en la consulta se cree un ambiente relajado, el profesional tendrá la mitad del camino hecho. Si crea ese clima de complicidad, la otra persona podrá hablar desde la tranquilidad y la sinceridad. Saber escuchar pasa por tener en todo momento una actitud activa y abierta y mostrar interés por lo que te cuenta la otra persona.
Es decir, ser un buen oyente y así manifestarlo. Es recomendable no interrumpir al paciente para que pueda expresarse libremente. Así, será capaz de contestar a las propias preguntas retóricas que él mismo se plantea en voz alta.
Dejar espacio para el silencio es también muy informativo. El profesional ha de observar cómo vive el paciente estas pausas. Cuál es el movimiento de sus manos, su postura o sus gestos. Todo comunica.
Como vemos, para ser un buen psicólogo no solamente se deben tener determinadas habilidades, sino saber usarlas. Además, durante la práctica de su profesión, ha de mantener una actitud apropiada, comprometida y rigurosa.