El objetivo del ejercicio físico dentro del tratamiento psicológico es potenciar los cambios que pretende la intervención psicológica, además de mejorar la condición física y la salud general
del paciente. Algunas aplicaciones en este contexto son:
En el tratamiento de la obesidad, el ejercicio desempeña una función clave, contribuyendo a la combustión de grasas y a la disminución del peso mediante ejercicio anaeróbico. Posibilitando
también el remodelamiento corporal, combinando el programa aeróbico con ejercicios de carácter anaeróbico. Si se realiza esta actividad inmediatamente antes de las comidas se
reduce el apetito, facilitando el control de la ingesta al propio individuo obeso. Además, hacer ejercicio y perder peso son dos objetivos perfectamente congruentes con la noción de estilo
de vida saludable, por lo que es probable que se potencien recíprocamente y ambos ofrecan excelentes oportunidades para desarrollar y fortalecer el autocontrol necesario para combatir
la obesidad.
En trastornos del estado de ánimo, las mejoras en condición física y capacidad cardiorespiratoria que produce el ejercicio proporcionan percepción de bienestar general.
También, en estos casos, la actividad física puede constituir una fuente de gratificación interesante, propiciar la distracción y favorecer el desarrollo de percepción de control en este
ámbito.
En el tratamiento del tabaquismo y el alcoholismo, la iniciación de un programa de ejercicios paralelo a la intervención psicológica puede contribuir tanto a la eliminación de elementos
tóxicos del organismo como a asociar el nuevo estilo de conducta con los beneficios cardiorespiratorios y de mejora de salud en General.
Numerosas enfermedades médicas presentan trastornos del estado de ánimo comórbidos y en muchos de estos casos, cardiopatías, diabetes etc., el ejercicio desempeña un papel relevante
en relación con la enfermedad cuya remisión contribuye, en parte, a disminuir la sintomatología emocional. Asimismo, cuando estas enfermedades tienen carácter crónico
proporcionan al paciente una percepción de control interesante que contrarresta la sensación de impotencia frente a su enfermedad.
En suma, existen múltiples trastornos en cuyo tratamiento puede incorporarse el ejercicio con unos potenciales beneficios interesantes, ya que, tanto que el ejercicio físico sistemático, y
dirigido por un profesional en este ámbito, como el incremento de la actividad física; andar, correr, bailar; han mostrado notables beneficios sobre la salud orgánica y se postula que
también puedan favorecer el adecuado funcionamiento emocional, tal vez mediante la mejora de la condición física y de la prevención y rehabilitación de algunas enfermedades médicas. En
cualquier caso, el psicólogo deberá aprovechar la experiencia de ejercicio de su paciente para enfatizar los aspectos más positivos de esta actividad, favorecer la adherencia al programa de
ejercicio y prevenir los problemas que puedan plantearse en este contexto.
El mayor obstáculo para implementar un programa de ejercicio físico en la intervención psicológica suele ser la insuficiente motivación del individuo. Aún cuando éste tenga la motivación adecuada para iniciar el ejercicio, generalmente basada en las expectativas de disminución de la sintomatología, el riesgo de abandono en las primeras semanas es alto, ya que la experiencia supone más costes que beneficios: la falta de energía, el dolor o la percepción de falta de habilidad, junto al esfuerzo físico y psicológico que supone, son algunos obstáculos que dificultan la iniciación y el mantenimiento del programa. En cualquier caso, la facilitación de la adherencia y el aprovechamiento psicológico de esta experiencia con fines
terapéuticos pueden resultar cruciales.
Técnicas de modificación de conducta, Francisco Javier Labrador Encinas, Psicología Pirámide.
Manuel Bobis Reinoso.